A menudo estamos tan sumidos en nuestros deberes u obligaciones, en nuestras preocupaciones y en nuestras dinámicas cotidianas que puede llegar un momento en que parezca que funcionemos con el piloto automático para ir pasando un día tras otro, a veces a un ritmo frenético para poder abarcarlo todo o a veces simplemente en un estado de letargia inducido por la rutina diaria.
Y podemos llegar a estar tan sumergidos y acostumbrados a esta mecánica habitual que olvidamos por completo aquéllas cosas que de verdad son importantes para nosotros y que le dan un sentido especial a la existencia. Aquellas pequeñas grandes cosas que nos hacen estremecernos, emocionarnos, que hacen que los sucesos más duros que nos ocurren o hayan ocurrido pierdan el peso y envergadura que suelen tener. Las cosas que nos hacen sentir que realmente merece la pena seguir en pie y seguir caminando.
Quizás pueden parecer tan pequeñas, comunes, tópicas y prescindibles que no les otorgamos el papel crucial y determinante que tienen en nuestras vidas, por eso sería importante detenernos un momento a reflexionar sobre cuáles son estas “cosas” que nos proporcionan esa dosis de oxígeno tan necesaria en nuestro día a día.
Porque al final las cosas que realmente importan normalmente no son las que nos producen quebraderos de cabeza sino las que provocan que nuestras pupilas se dilaten de emoción y de placer, las que recordaremos con una sonrisa el último día de nuestras largas vidas.
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