No deberíamos subestimar el poder de la palabra escrita, ésta puede llegar a tener la fuerza suficiente para conectar con nuestras emociones, para provocarnos un seísmo interno, para crear universos infinitos e incluso para controlar y dominar la sociedad (como es el caso de textos de carácter religioso o político.)
La escritura puede ser también un recurso terapéutico muy potente que nos ayude a descubrirnos un poco más a nosotros mismos y nos permita mejorar algunos aspectos.
Desde la corriente psicoterapéutica narrativa se da especial importancia al proceso de construcción de nuevos significados de la propia experiencia, romper el esquema rígido y cerrado que puede llegar a ser el discurso de una persona, centrado únicamente en una interpretación de la realidad limitante para si misma e intentando encontrar nuevos significados y narraciones que amplíen y enriquezcan su realidad personal.
Al escribir podemos hacer tangibles y moldear el conjunto de vivencias, ideas y sentimientos etéreos que habitan nuestra mente, proyectando algo más de luz sobre nuestro mundo interior.
Escribiendo podemos explorar los terrenos de nuestra mente que frecuentemente preferimos evitar, exorcizar los demonios que quizás encerramos dentro, reescribir capítulos de nuestra vida encontrando nuevos significados en ellos y expresar con total libertad todo aquello que a veces callamos, plasmando en una hoja en blanco pinceladas de una gama infinita de colores, la inmensidad inabarcable de nuestra existencia.
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